miércoles, 4 de julio de 2018

CUENTO "CARLA, LA PIRATA" DE LULA ZETA (SEGUNDA PARTE)

LA INCREÍBLE HISTORIA DEL ABUELO FERMÍN

—Cuentan que hace muchos, pero muchos, muchos años, entre
los navegantes existía una antigua creencia. Ésta decía que: “Todo
aquél que dé a una muchacha la idea de seguirlo al mar vestida
de hombre, sería castigado con pena de muerte”. Y por eso
ningún navegante se animaba a llevar con él a mujer alguna.
Temían que la mala suerte los persiguiera por todos los mares.
Los navegantes siempre han creído en cábalas. Sin embargo, en
esa misma época dos mujeres se embarcaron en distintos barcos
piratas, escondidas y vestidas como hombres.
—Y los piratas ¿no se dieron cuenta que eran mujeres? -preguntó
Carla, todavía boquiabierta por el valor de las muchachas.
—Parece que no lo notaron, bien escondido se lo traían -contestó
el abuelo- y siguieron adelante con su plan. Tanto continuaron,
que con el tiempo ambas fueron reconocidas por su valor y coraje
en combate. Desde el primer día que se cruzaron en el mismo
barco, las dos supieron que no estaban ante un pirata hombre. No
tuvieron dudas, pero no dijeron nada al resto de la tripulación.
Éste fue un secreto que guardaron con mucho recelo.
Los navegantes de esa nave atravesaban los mares con ellas
a bordo, sin siquiera sospechar que llevaban en el buque, no sólo
a una mujer, sino que compartían travesías y combates ¡nada
menos que con dos mujeres! Tal vez si lo hubieran sabido, las
habrían castigado mucho antes o abandonado en alguna isla
libradas a su propia suerte.
Estas dos muchachas supieron, también desde el principio, que
algún día lucharían juntas, al igual que lo podía hacer cualquier
pirata malvado. Fueron muy vengativas y temidas, siempre.
Daban tanto miedo, que cuando en los puertos veían su barco, la
gente temblaba. ¡Ni os cuento lo que era tenerlas en el bando
contrario durante un combate!, ¡daban terror!
Entonces, cuando estuvieron bien seguras de cómo actuaban
ante el peligro y en batallas, no les importó nada más y dejaron
de ocultar sus condiciones de mujeres. Muchas veces durante un
abordaje vestían ropas femeninas, sin molestarles que descubrieran
las diferencias y su gran secreto.
—Y… ¿no tenían miedo con los cañonazos Abú? Porque los cañones
suenan muy fuerte -dijo Mateo a los otros niños al tiempo
que, ayudado por ademanes, ostentaba sus amplios conocimientos
sobre el tema.
—Pueden haber tenido temor, pero lo enfrentaban, eran valientes.
Las dos llegaron a ser Capitán de naves piratas y eso no era
poca cosa. A partir del momento en que se conocieron y se unieron
para dar pelea a otros barcos, juntas llegaron a conquistar
más riquezas que si trabajaran separadas. ¡Sí señor!
—¿Cómo se llamaban? ¿Alguna se llamó como yo? -dijo Carla
intrigada y admirada ante el relato.
—No. Se llamaron Anne Bonny y Mary Read. Pero lamentablemente
durante una batalla las capturaron y las dos fueron condenadas
a muerte.
—¿Las mataron? –preguntó la niña horrorizada.
—Sí. Anne fue llevada a la horca y Mary tuvo que esperar unos
meses hasta que naciera su hijo, puesto que en el momento de ser
apresada esperaba un bebé. Luego de nacer el pequeño, ella encontró
el mismo y triste final que su amiga de fechorías. Una
pena, porque demostraron mucho coraje, pero así era la vida de
piratas.
Bueno, bueno y ahora a jugar, que ya comenzó el cumpleaños
y este cuento se terminó –dijo Fermín y dio por finalizado el
relato-.
Ahí traen los juegos inflables. Pero miren, ¡si es un barco
también!–agregó el abuelo asombrado por el despliegue marino
que había en la fiesta.
—No Abú, queremos que sigas con los cuentos de piratas, barcos,
tu sabés más -pidió suplicante Mateo y ya más tranquilo-, porfa,
porfa ,quiero que cuentes ahora El Pirata Pocosdedos y… el corsario
Testadura o…tu viaje desde España hasta aquí…”
—No Peque, ahora a divertiros todos, jueguen a piratas, corsarios
y capitanes en el barco, pero Carla y las otras niñas también
podrán jugar… ¿vale? –agregó-. Porque ellas también pueden ser
unas valientes piratas, como Anne y Mary.
Carla miró fijo a su hermano, con cara un poquitito enojada,
pero no era con cara de muy enojada, sólo un poquititito. Era una
cara que decía algo así como: “¿Viste que yo tenía razón? Puedo
ser pirata”.
Mateo, que todavía no estaba muy convencido del asunto ése,
que dos mujeres hubieran sido históricas piratas, tuvo que afrontar
la derrota de sus argumentos e ir a jugar en grupo con las
niñas invitadas a su cumpleaños.
El cuento de abuelo Fermín había resultado decisivo para que
llegara la paz a esta breve e insignificante pelotera entre hermanos.
Entonces, salieron contentos a conquistar enormes cofres con
tesoros de dorados doblones y barcos veloces, con piratas niños y
piratas niñas, todos muy resueltos y corajudos. Ya no hubo más
peleas, ni más trompas de enojados, ni más lágrimas ni más hipos
de sollozos.
Todos jugaron felices y contentos, niñas y niños, animados
por el cuento del abuelo Fermín.


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